Es
En
por Claudio
Ongaro Haelterman
Septiembre 2011
Texto publicado para la exposición Jugendstil

“…Y es inútil procurar acortar el camino y volver a comenzar, sabiendo desde ya que es impersonal. Porque existe la trayectoria y la trayectoria no es solamente un modo de ir. La trayectoria somos nosotros mismos. En lo que se refiere a vivir no se puede jamás llegar antes. El via crucis no es sólo una desviación, sino el paso único; no se llega sino a través de él y con él. La insistencia es nuestro esfuerzo, la renuncia es el premio. A esto solamente se llega cuando a pesar del sabor de poder, se prefiere la renuncia. Renunciar debe ser una elección. Desistir es la elección más sagrada de una vida. Desistir es el verdadero instante humano. Y sólo ésta es la gloria propia de mi condición. La Renuncia es una Revelación.”
Clarice Lispector

Carolina Antoniadis nos propone una vez más caer en un abismo, pero desde donde, esta vez, nos insinua las posibles ventanas por las cuales es posible ver las salidas y aperturas que conduzcan a pensar el pasado, como el resguardo que teje el milagro del futuro.

Ventanas y sus escenas que se nos abren como la urdimbre sin manos tejedoras de la trama: sujetos fragmentados de una identidad narrativa que junta personajes, tiempos y lugares para volver a contarse y resignificarse.

Pareciera decirnos que es posible hablar con los fantasmas porque el verdadero pensar no se ve ni se toca pero gravita el habitar, entre la barroquización del encuentro, la decadencia del des-uso y la escatología de los dioses nuevos.

Nos invita a ensayar las posibles preguntas a la experiencia de la temporalidad, desplazando rostros, mitos, habitáculos y mobiliario, entre memoria y proyecto, para vestir, vestirse y revestirse en pos de la constitución paradójica de aban-donar el tiempo, es decir, donarlo.

Su pintura se halla en el intersticio entre la tela propiamente dicha y el color que imprime la huella de algo que siempre ocurrió, como una suerte de oda al olvido pleno, que sin embargo recuerda su presencia futura y nos habla de un nuevo ciclo que hace estallar el fotograma íntimo para devenirlo público.

Nos expone así, la intimidad de la recolección, vetrinas contenedoras de adornos, brillos y opacidades, como fragmentos de su propia máscara tatuada e intocable corporal pero que arriesga la vajilla que sirve para depositar, generando escombros a través de los cuales es posible transitar como entre las ruinas arqueológicas de un saber que plenamente ponen voz a lo vivido.

Del mismo modo que la “renuncia” de Clarice Lispector se transforma en un “re-enunciar”, en un volver a enunciar, Carolina Antoniadis se resigna, poseyendo todo el espacio e intentando re-signar, volviendo a signar, un tiempo con escenas envueltas y cobijadas en la trama.

Testimoniar el tiempo; predicarlo es pintarlo, entramarlo es circunscribirlo, localizarlo y darle su lugar y su voz. Esta pareciera ser la meta en su pintura y en sus instalaciones. Fijar la escena del instante íntimo en un relicario que habla de la memoria y el recuerdo transformando la sucesión de los hechos en acontecimientos presentes y actuales de una vida que quiere de sí y anuncia el tiempo por-venir.

Todo ya no le pertenece, por suerte, y por lo tanto todo sigue siendo suyo. Ya consiguió algo más de lo que le falta.

Porque como diría la misma Clarice Lispector, en el caso de Carolina Antoniadis, amar a los otros es tan vasto que incluye el perdonarse a sí misma, con lo que resta.