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En
por Claudio
Ongaro Haelterman
Los Bio-enlaces de Carolina Antoniadis

Presentar en palabras algo de la obra de Carolina Antoniadis es el intento ínfimo de mostrar parte de una urdimbre de tejido cuyas tramas van de las lógicas de la vida hasta la bio-logía.

Si es posible superar los neobarroquismos en una poética deslizada más allá de todos los “ismos” contemporáneos, he aquí un ejemplo válido.

Carolina Antoniadis es una sola pero teje como las tres Euménides trágicas: hila y corta sus ensimismamientos, tramas, tapices y vestimentas como “arte-sana”, es decir, aquella que crea y cura hasta el corte del hilo destinal que nos deja delante de personajes anónimos, como si estuvieramos delante de nosostros mismos y delante de todos y cada uno.

Lo morfológico en su imagen, lo iconográfico y lo iconológico, componen un bello juego dialéctico entre el detalle y el fragmento de una identidad que se compone paradógicamente de diferencias.

Escenas familiares e íntimas se colectivizan en el anonimato de un sujeto donde podemos encontrarnos. Cada acto narrativo puede ser nuestra propia historia y allí vamos a reconocernos intentando poner rostro a cada personaje “re-cor-dado” y “de-cor-ado”.

La vorágine del caleidoscopio visual que nos propone tiene tres ejes bien definidos y distinguibles: en una misma preocupación antropológica y ontológica, una mirada de lo orgánico como autonomía viviente que nos invade, una mirada vincular que intenta sujetar sujetos y otra mirada temporal que se cuestiona los modos y sus conjugaciones. Cómo decir más allá del sujeto y del predicado de un lenguaje visual?

En el primer caso estamos frente a yuxtaposiciones de oraciones y “tum-oraciones” que invaden cuerpos y vestimentas, como avance de una vida que crece y adelanta a pesar de uno mismo y que atrae y rechaza conjuntamente, como un abismo visual que nos devora.

En el segundo, el gran intento de denuncia que nos dice que todo es “cadena libre” , lazos y enlaces de seres, vínculos de lo grupal , familiar y colectivo que sin embargo nos dejan la duda de una absoluta soledad acompanada. En el tercero, en cambio, ningun hilo de su trama nos conduce como Ariadna, sino que nos deja palpitantes frente a la experiencia de la temporalidad, en cortes transversales de una cronología vivida como azote de relámpago, es decir, como eternidad que se presenta en cada instante para decirnos que los modos de conjugación debemos inventarlos, debemos crearlos, corriendo los riesgos de toda pérdida.

En síntesis, de la alegría del color y de la trama, del acto lúdico entre figura y fondo, de la búsqueda del personaje y del tiempo perdido o arrebatado a la manera de Proust, nos encontramos siempre con la misma Antoniadis, aquella que hace del dolor la belleza del goce, aquella que nos convoca y evoca para que intentemos mirarnos y reconocernos en aquello que tenemos en común, en aquello que podemos compartir, siendo tan diferentes y distantes al mismo tiempo.

Carolina Antoniadis: no hay nacimientos ajenos ni tampoco amores des-habitados sino solo, y esto no es poco, la posibilidad de un lugar de encuentro.