En una cultura alejandrina y tardía como la nuestra, basada en la mezcla, el nomadismo visual, el camuflaje, la simulación, el mimetismo y la contaminación de géneros, la obra de Carolina Antoniadis constituye un claro ejemplo de poética sustancialmente neobarroca.

En sus pinturas alegóricas, esta suerte de manierismo bizantino funciona como operador de heterogeneidades, por medio de la libre manipulación del pattern art, el estilo ornamental y el uso recurrente de la planimetría, tanto en la figuración como en el color. Este último indicador formal, reaparece envuelto tras los pliegues de la citación culta del pop art, la estampa japonesa y el spot publicitario. Dicho artificio operatorio se vale de la confrontación de distintos repertorios de imágenes, tramas, retículas decorativas, injertos figurales, redes gráficas, filigranas y un amplio espectro de yuxtaposiciones ad infinitum.

Jugando entre el límite y el abismo, la concentración y la dispersión, el detalle y el fragmento, Antoniadis construye cada una de sus piezas como si fuera un conjunto aditivo, cuya estructura nace de la amalgama de sus distintas partes. En efecto, se trata de un plural al singular, destinado a poner de manifiesto la intersección de tiempos y espacios divergentes. Ellos conviven en el presente detenido de la imagen, en una movilidad fija, cuasi en suspensión, con sus múltiples y profusos niveles, abruptas cesuras e intercambios de figura y fondo. En este tipo de opus, la fractura con el tiempo y el espacio lineales se consuma en una topología imposible, reforzada mediante juegos hiperbólicos del sentido. Y es precisamente allí, donde la pulsión de la vista y del tacto culmina en una lógica del exceso, una suerte de locura del ver y del tocar, estremecida por el horror vacui.

Como es notorio, el mito de la unidad o la integración de las artes pertenece a la estética del barroco histórico, empeñado en el bel composto, a través de la hibridación de lenguajes y medios expresivos disímiles. En este sentido, la producción más reciente de Antoniadis – particularmente sus cuadros tridimensionales y objetos pintados, realizados en porcelana esmaltada y dorado a la hoja – , puede interpretarse como una reposición actual del bel composto, es decir, de un arte recopilatorio, de una sumatoria barroquizante. Un patchwork enciclopédico de íconos y texturas suntuosas que aglutina, con vocación sincrética, materiales y técnicas de procedencia dispar: pintura acrílica, acuarela, serigrafía, dorado a la hoja, porcelana, etcétera Un ars combinatoria, donde confluyen, a partes iguales, lo artístico, lo kitsch, lo banal, lo trivial, lo anecdótico y lo artesanal, y que va más allá del lenguaje de la pintura, para instalarse decididamente en la poética del objeto. Dicha matríz aleatoria procede, de acuerdo a todo un ritual de la pequeña forma, en series abiertas o cerradas, repetida y alterada sobre distintos soportes y superficies, como es posible advertir en la serie “La Naturaleza del Hombre” o en “Silla de oro”, “¿Por qué?” e “Indiscriminación”, pertenecientes al ciclo de obras ejecutadas en porcelana y oro. En ambos conjuntos Antoniadis utiliza ciertos estereotipos figurativos aparentemente muy elementales y sencillos, cuya falsa ingenuidad llega a ser generadora de complejidad, desorden e inestabilidad programada, dentro del patrón de la serialidad y la repetición. Esta matríz de esteticidad es perturbada, por medio de una sucesión de cambios y efectos formales, que generan dentro de la obra global, variaciones de fuerte singularidad.

 

Por Claudia Laudanno