Nota publicada en el diario Página 12, el 29 de septiembre de 2019.
En el Museo del Grabado, Antoniadis presenta una muy variada serie de piezas de pintura, textiles, cerámica e instalaciones de sitio específico en la que resuenan los ecos de Andy Warhol y William Morris. Artes gráficas y visuales se maceran y dan lugar a un lenguaje donde el sistema de impresión milenario de la serigrafía se potencia al ser trabajado sin ningún prejuicio.
Hubo un momento en el que dibujar y escribir eran lo mismo. Un egipcio jamás hubiese comprendido la diferencia entre un objeto decorativo y uno funcional. Pero la historia fue creciendo y las categorías afilándose. Arte, decoración, diseño textil, diseño de indumentaria, eran etiquetas sólidas para universos concretos. La obra de la artista Carolina Antoniadis (Rosario, 1961) eclipsa todos esos bordes de forma sigilosa y sensual. Telas estampadas con serigrafías sobre las que luego pinta, vajillas de porcelana intervenidas con tinta, dibujos que luego son pinturas para mutar en calcos que se imprimen sobre vidrio. La muestra La estampa en el campo expandido, curada por Florencia Qualina, homenajea el uso que hace la artista con técnicas de impresión milenarias pero con semblante totalmente contemporáneo, en el que resuenan los ecos de Andy Warhol y William Morris. Artes gráficas y visuales se maceran dando lugar a un lenguaje donde el sistema de impresión milenario de la serigrafía se potencia al ser trabajado sin ningún tipo de prejuicios.
La historia familiar está presente en la obra de la artista. Su práctica no es ajena al universo de su niñez. Hereda del linaje materno una mamá que dibujaba muy bien y cosía, y una abuela que había trabajado para un taller de alta costura en España. Y un abuelo pintor, Demetrio, paisajista que emigró de Grecia para radicarse en Rosario, donde formó parte del grupo de impresionistas del Litoral.
Antoniadis fue integrante durante 1987 del Grupo de la X, junto a María Causa, Ana Gallardo, Enrique Jezik, Andrea Racciatti, Pablo Siquier, Jorge Macchi, Ernesto Ballesteros, Gustavo Figueroa, Gladys Nistor, Juan Papparella y Martín Pells. Ellos le dieron un acceso y una formación más contemporánea. De leer textos de pintores clásicos como Klee y Kandinsky Carolina tomó contacto con la música, y la obra, del genial John Cage, por ejemplo. También tuvo sus años de universidad y docencia. Trabajó en la cátedra de Skific Saltzman de la carrera de Diseño de Indumentaria y Textil de la Universidad de Buenos Aires y fue profesora titular de la materia Pintura de tercer año en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón.
En ese cruce entre diseño y decoración la artista tuvo una experiencia que es muy representativa. Cuenta en la entrevista que le hace Florencia Qualina: “Fue en el año ‘86 u ‘87. Estaba cursando un seminario con Luis Felipe Noé y había un vidrierista en el grupo, yo necesitaba trabajar y él me ofreció ser su ayudante. Fue una experiencia súper interesante y durísima al mismo tiempo, porque las vidrieras se armaban muy temprano, a las 5 de la mañana en invierno. Mi tarea consistía en vestir a los maniquíes, no les puedo explicar lo difícil que es, después tenía que ir a utilería que estaba en el cuarto piso de Harrod’s, allí estaban todas las escenografías de los años 30, algo increíble y mágico. Esa experiencia me hizo descubrir algo: cierto día el vidrierista no podía ir y me propuso que hiciera la vidriera de blanco, para hacerlo necesitaba tener una visualización espacial. En ese momento me di cuenta de lo que difícil que me resultaba pensar en tres dimensiones y que yo pensaba en dos dimensiones. Fue un hallazgo, me permitió conocerme. Curiosamente, años después, en los 90, en el cuarto piso de Harrod’s donde Jorge Glusberg gestionaba el espacio de una serie de galerías, hice mi primera muestra que se llamó Versiones inversas. Cuando armaba las vidrieras me resultaba inimaginable pensar que iba a terminar exponiendo en el cuarto piso de Harrod’s. Fue un ciclo que se cerró mágicamente.”
En la exposición hay dos proyecciones con entrevistas. Una de la década del 90 y otra actual. En la primera, la artista cuenta que en sus comienzos pintaba sobre telas ya impresas, en toallas especialmente. Allí describe su método de trabajo: “Dibujo y luego pinto. Coloreo. También diseñé. Estoy en contacto con la decoración. Pero soy pintora. Para mí la pintura es un capricho. Busco el motivo. Pero después es un azar. Pintar es como un rompecabezas. El plano es un espacio donde trato de encajar todas las piezas, cada pieza, y que pueda funcionar. Juego con las texturas, con las líneas, los colores, las flores, esos objetos más superficiales.”
Como escribió el poeta Paul Valéry, lo más profundo es la piel. En esa superficie, campo extendido, Carolina Antoniadis deja marcas para una nueva y renovada arqueología.
Por Eugenia Viña