22 de abril de 2003, Fragmento del artículo publicado en Página 12

La pintura de Carolina Antoniadis podría verse como una versión materialista y óptica de aquella transitada frase de El Principito según la cual las cosas esenciales son invisibles y por lo tanto no pueden ser registradas por el ojo. En este caso, lo esencial resulta ópticamente perceptible o ella se encarga de hacerlo visible. El mundo pintado por la artista es una colección de imágenes provista por fuentes, culturas y tiempos múltiples y variados. Su obra se mueve, aparentemente –el sentido de la apariencia es constitutivo de su producción–, entre la superficie y el color.

El paradigma del diseño y el pattern sirven como motor de la obra. Como escribe Claudia Laudanno, su pintura puede verse como “un palimpsesto estilístico, que se nutre de variadas enciclopedias textuales, provenientes de la historia del arte, la historia de los estilos y los manuales de artes aplicadas y de decoración”.

Se trata de una pintura barroca y manierista, cargada de imágenes imbricadas, en donde toda la superficie pintada, cada centímetro, se adscribe, cita o remite a algún término de aquella enciclopedia.
En este punto, la cualidad decorativa y “superficial”, por exceso, abandona la hipótesis de ser un acompañamiento visual para convertirse en eje y centro, porque la llamada realidad es esencialmente visible. Esto vuelve relevante a la superficie y coincide, en los principios, con la teoría lingüística de Chomsky, según la cual en la superficie –del lenguaje– es posible rastrear (por presencia de una cantidad de componentes o incluso por la huella que deja la ausencia de otros) todas las operaciones que condujeron a su aspecto actual.

En este juego de superficies, la tapicería es una de las tradiciones artesanales e industriales más citadas en las pinturas de Antoniadis. Géneros, texturas y prendas de toda clase desfilan por sus cuadros. La ausencia de perspectiva, la visión plana de sus cuadros, se combina con una continua fragmentación de la imagen y los planos.

Esa condición fragmentaria funciona como un recurso compositivo y como principio constructivo. Cada cuadro se transforma en un artificio devorador de imágenes. La pluralidad de citas, las texturas, lasyuxtaposiciones e imbricaciones de formas y colores se vuelven un mecanismo voraz de incorporación de figuraciones múltiples. Y a la voracidad del “sistema” se le suma el vértigo.

Los procedimientos de la ornamentación que, en una primera aproximación buscarían la armonía entre los colores y formas, aquí exhiben un plus gozoso; se yuxtaponen con humor e ironía. Antoniadis toma las claves de una estética decorativa estandarizada y convencional, como la del estampado textil y la trabaja paródicamente a través de un complejo barroquismo de superficies y texturas visuales.
Sus imágenes comienzan por describir una cotidianidad que por el contraste, la enumeración y la complementación de componentes, se vuelve ideológica: ya que construye sentido por acumulación y contigüidad.

Con delicada lucidez, Antoniadis combina saberes estéticos con saberes cotidianos e íntimos. También hay un lugar para la intimidad en su obra (aunque intimidad pudorosa), cercana al diario personal en clave.

 

Por Fabián Lebenglik