Ámbito Financiero, 7 de agosto 2018
La creadora rosarina, que pone el arte decorativo a su servicio, trabajó en este caso sobre el mundo imaginario de “El fauno”, del poeta Arthur Rimbaud.
Carolina Antoniadis (1961) inauguró la semana pasada, en la galería Calvaresi, la exposición «El beso dorado del bosque», título tomado del último verso del poema «El fauno» de Rimbaud. Quienes conocen la trayectoria de la artista rosarina, nieta del pintor griego Demetrio Antoniadis, y saben de su perseverancia en el arte ornamental y su versatilidad para trabajar en diversas disciplinas, advierten que está en un buen momento de su carrera.
La muestra es potente, se afirma en un estilo que pone el arte decorativo a su servicio. Hay una serie de cuadros muy elaborados dispuestos de modo tradicional; entre ellos, un dramático mural exhibe la silueta estilizada de una pantera negra cargando un cervatillo inerte. En el centro de la sala, una instalación de magníficas arañas engarzadas unas con otras configura un bloque radiante de cristales y de luz rodeado por caireles negros. La muestra seduce con la belleza envolvente de una ambientación.
Si bien en la actualidad la belleza es para el arte tan sólo una opción y de ningún modo una cualidad imprescindible, Arthur Danto asegura -en un texto donde analiza los abusos que se han cometido en su nombre- que «la belleza es una condición necesaria para la vida que nos gustaría vivir». Y Antoniadis nos procura este placer.La curadora de la muestra, Mercedes Casanegra, observa que su obra, «ambiental, profusa y exuberante», se aleja de la tendencia minimalista del arte actual. Lejos también del conceptualismo y el arte político, la artista apela al inconsciente estético y genera una confluencia estilística que va desde el esplendor del barroco hasta los diseños del art déco, comparables a los de Sonia Delaunay.Las tensiones y vibraciones ópticas de unos semicírculos concéntricos invaden todos los cuadros de Antoniadis, se desplazan como las estelas que se forman en el agua al arrojar una piedra. Estas ondas expansivas arrastran consigo la mirada del espectador. Los círculos y semicírculos se reiteran, rítmicos como la música, sobre las plantas y flores de los jardines verdes, azules, turquesas, y también, en la serie ocre, sobre una marea de formas circulares. La energía de los cuadros provoca cambios en el espacio ambiental y el espectador se adentra de este modo en la configuración artística.Desde lejos, las pinturas se divisan como patrones decorativos para tapices o empapelados. Pero al acercarse se tornan visibles los relatos escondidos en el campo pictórico. Allí mismo, aparecen rostros femeninos con la gracia de las esculturas de Chiparus y, sus gestos elocuentes y sensuales expresan su intensa sensibilidad. Cada personaje cuenta una historia. La virtud de Antoniadis consiste en moverse a través del arte del siglo XX, un buen ejemplo es la velada cita a «El beso» de Gustav Klimt, un homenaje al erotismo pintado con oro puro. Entretanto, Así establece una relación con el Fauno de Rimbaud y con «El beso de oro del bosque se adormece».
Por Ana Martínez Quijano