Revista Ñ, 18 de agosto de 2018.
Sobre las instalaciones y pinturas de Carolina Antoniadis
Fastuosidad multiplicada en formas y brillos: una instalación de arañas estilo Imperio cuelga del techo en el centro de la sala. Rizoma majestuoso en cuyo devenir derrama lágrimas negras. ¿Por qué llora a pesar de su magnificencia? ¿Por qué su luminosidad sucumbe a la oscuridad? ¿Por qué sostiene las lágrimas, evitando su caída? Inicio imponente para ingresar en la exposición de Carolina Antoniadis en la galería Calvaresi.
En Cinco meditaciones sobre la belleza, el ensayista y semiólogo sinofrancés François Cheng señala que “(…) mal y belleza no sólo se sitúan en las antípodas, sino que también están a veces imbricados”. Una reflexión que resuena en la instalación y en la pintura mural situada por detrás de ella, donde la silueta negra y opaca de una pantera atrapa a la de una gacela de brillante dorado.
La luz y la oscuridad, el bien y el mal, la abundancia y el vacío, lo material y lo espiritual. Un universo de opuestos presentes en esta reciente producción de la artista, con resonancias de su neobarroquismo, a lo cual se suma el énfasis en la pintura oriental. Si en otros momentos su trabajo tendía a la extroversión, la narración y el pop, en la actualidad es introspectivo, lírico y naturalista. En tanto, el horror vacui y el cromatismo estridente dan paso al protagonismo del blanco del papel y a otras decisiones sobre el color con predominio del dorado.
En la serie Chinoiserie, la imagen se despliega vertical y resulta de la superpo- de capas. En una de ellas, la línea dorada crea vibrantes motivos circulares y figuras con la estética de revistas de moda de la década del 50. Otra capa es la de los trazos de barniz con sus efectos de transparencias. La intersección de ambas produce una tercera dimensión. La línea circular –siempre presente en su trabajo– crea una imagen vinculada con una sensación orgánica y no con la racionalidad geométrica de otros momentos. Y si las figuras de hombres, mujeres y niños solían presentarse como fragmentos de escenas de posibles narraciones y los motivos decorativos conformaban patterns, ahora ambos se asemejan a las palabras en los versos de un poema, en la medida en que recorremos cada obra y los descubrimos y asociamos.
De esta forma, Antoniadis logra un lirismo estimulante y vital, lo cual constituye un giro en su poética. “Una obra amsición biental profusa y exuberante”, señala Mercedes Casanegra en el texto curatorial de la muestra cuyo título, El beso dorado del bosque, es parte del final del poema “Cabeza de Fauno”, del francés Arthur Rimbaud. Al leerlo, la artista encontró que tenía el mismo tono de su actual propuesta. Acostumbrada a recorrer la historia del arte, en estas obras se hacen presentes vertientes artísticas del siglo XIX y principios del XX, como el estilo Imperio, la influencia del arte chino en Occidente, el art nouveau y la obra del inglés William Morris y del austríaco Gustav Klimt.
Los cambios en la obra de Antoniadis se inician en 2013, a partir de varios acontecimientos en su vida, entre ellos, una residencia en Connecticut que la acercó con intensidad a la naturaleza y a un estado de introspección. Un camino donde se vuelve a ligar con su abuelo Demetrio Antoniadis, un pintor paisajista que se radicó en Rosario al emigrar de Grecia e integró el grupo de impresionistas del Litoral. “Pero mi abuelo era paisajista panorámico y lo mío sería micro-paisaje”, comenta la artista a Ñ.
En las pinturas “La sombra de la laguna” y “El sonido del estanque” el lirismo probablemente alcance su máxima expresión. La combinación del acrílico, la laca y la tinta dorada logra reflejos, profundidades y transparencias en función de develar un mundo de aguas caracterizadas por la opacidad. “Toda superficie es la cara visible de un espacio interior”, dice Antoniadis. De nuevo, la obra se abre en capas con cierta geometría difusa, distintos tratamientos del acrílico, dibujos de figuras y líneas de ornamentos. Estas pinturas de mayor cromatismo, además, recuperan un trazo gestual vinculado con los inicios de la artista y con el sumi-e (aguada japonesa). Y, como sucede a lo largo de toda su trayectoria, cobra notable evidencia la laboriosidad en el trabajo, en el cuidado de cada detalle. También en tinta y laca, los dibujos “El sonido de la intemperie” y “Sonido temporal” nos llevan a sumergirnos para descubrir la riqueza del hacer minucioso de un follaje, de la silueta de un hombre mirando el vacío, de dos seres abrazados en la espesura sobre la cual se apoyan. El trabajo con los materiales puede lograr una transformación perceptiva del dibujo y la pintura otorgándoles la apariencia de un grabado o de un bordado, como sucedía en su serie de pinturas Textiles. “Necesito materializar, ver. Estoy más cerca de lo visual que de lo conceptual. Necesito el contacto con la química, mezclar los colores”, señala Antoniadis con entusiasmo. “Silenciosos y esplendentes en la sala los dibujos en oro, símbolo del conocimiento y la transmutación alquímica, son el anuncio poético de un nuevo amanecer”, escribe Casanegra.
Pintora, docente y diseñadora, Antoniadis fue reconocida días atrás con el Premio de Pintura “María Calderón de la Barca”. Alumna de Enio Iommi, Jorge Demirjian y Luis Felipe Noé, sostiene que “el arte siempre fue un lugar de transformación y de sanidad, un lugar de paz, de belleza y de sentido”. Todo lo cual parece alcanzar más que nunca en su producción una dimensión trascendental. Y entonces volvemos a mirar la instalación de arañas con lágrimas negras y creemos sentir que ha empezado a reabsorberlas para convertirlas nuevamente en dorada luz.
Fastuosidad multiplicada en formas y brillos: una instalación de arañas estilo Imperio cuelga del techo en el centro de la sala. Rizoma majestuoso en cuyo devenir derrama lágrimas negras. ¿Por qué llora a pesar de su magnificencia? ¿Por qué su luminosidad sucumbe a la oscuridad? ¿Por qué sostiene las lágrimas, evitando su caída? Inicio imponente para ingresar en la exposición de Carolina Antoniadis en la galería Calvaresi.
En Cinco meditaciones sobre la belleza, el ensayista y semiólogo sinofrancés François Cheng señala que “(…) mal y belleza no sólo se sitúan en las antípodas, sino que también están a veces imbricados”. Una reflexión que resuena en la instalación y en la pintura mural situada por detrás de ella, donde la silueta negra y opaca de una pantera atrapa a la de una gacela de brillante dorado.
La luz y la oscuridad, el bien y el mal, la abundancia y el vacío, lo material y lo espiritual. Un universo de opuestos presentes en esta reciente producción de la artista, con resonancias de su neobarroquismo, a lo cual se suma el énfasis en la pintura oriental. Si en otros momentos su trabajo tendía a la extroversión, la narración y el pop, en la actualidad es introspectivo, lírico y naturalista. En tanto, el horror vacui y el cromatismo estridente dan paso al protagonismo del blanco del papel y a otras decisiones sobre el color con predominio del dorado.
En la serie Chinoiserie, la imagen se despliega vertical y resulta de la superpo- de capas. En una de ellas, la línea dorada crea vibrantes motivos circulares y figuras con la estética de revistas de moda de la década del 50. Otra capa es la de los trazos de barniz con sus efectos de transparencias. La intersección de ambas produce una tercera dimensión. La línea circular –siempre presente en su trabajo– crea una imagen vinculada con una sensación orgánica y no con la racionalidad geométrica de otros momentos. Y si las figuras de hombres, mujeres y niños solían presentarse como fragmentos de escenas de posibles narraciones y los motivos decorativos conformaban patterns, ahora ambos se asemejan a las palabras en los versos de un poema, en la medida en que recorremos cada obra y los descubrimos y asociamos.
De esta forma, Antoniadis logra un lirismo estimulante y vital, lo cual constituye un giro en su poética. “Una obra amsición biental profusa y exuberante”, señala Mercedes Casanegra en el texto curatorial de la muestra cuyo título, El beso dorado del bosque, es parte del final del poema “Cabeza de Fauno”, del francés Arthur Rimbaud. Al leerlo, la artista encontró que tenía el mismo tono de su actual propuesta. Acostumbrada a recorrer la historia del arte, en estas obras se hacen presentes vertientes artísticas del siglo XIX y principios del XX, como el estilo Imperio, la influencia del arte chino en Occidente, el art nouveau y la obra del inglés William Morris y del austríaco Gustav Klimt.
Los cambios en la obra de Antoniadis se inician en 2013, a partir de varios acontecimientos en su vida, entre ellos, una residencia en Connecticut que la acercó con intensidad a la naturaleza y a un estado de introspección. Un camino donde se vuelve a ligar con su abuelo Demetrio Antoniadis, un pintor paisajista que se radicó en Rosario al emigrar de Grecia e integró el grupo de impresionistas del Litoral. “Pero mi abuelo era paisajista panorámico y lo mío sería micro-paisaje”, comenta la artista a Ñ.
En las pinturas “La sombra de la laguna” y “El sonido del estanque” el lirismo probablemente alcance su máxima expresión. La combinación del acrílico, la laca y la tinta dorada logra reflejos, profundidades y transparencias en función de develar un mundo de aguas caracterizadas por la opacidad. “Toda superficie es la cara visible de un espacio interior”, dice Antoniadis. De nuevo, la obra se abre en capas con cierta geometría difusa, distintos tratamientos del acrílico, dibujos de figuras y líneas de ornamentos. Estas pinturas de mayor cromatismo, además, recuperan un trazo gestual vinculado con los inicios de la artista y con el sumi-e (aguada japonesa). Y, como sucede a lo largo de toda su trayectoria, cobra notable evidencia la laboriosidad en el trabajo, en el cuidado de cada detalle. También en tinta y laca, los dibujos “El sonido de la intemperie” y “Sonido temporal” nos llevan a sumergirnos para descubrir la riqueza del hacer minucioso de un follaje, de la silueta de un hombre mirando el vacío, de dos seres abrazados en la espesura sobre la cual se apoyan. El trabajo con los materiales puede lograr una transformación perceptiva del dibujo y la pintura otorgándoles la apariencia de un grabado o de un bordado, como sucedía en su serie de pinturas Textiles. “Necesito materializar, ver. Estoy más cerca de lo visual que de lo conceptual. Necesito el contacto con la química, mezclar los colores”, señala Antoniadis con entusiasmo. “Silenciosos y esplendentes en la sala los dibujos en oro, símbolo del conocimiento y la transmutación alquímica, son el anuncio poético de un nuevo amanecer”, escribe Casanegra.
Pintora, docente y diseñadora, Antoniadis fue reconocida días atrás con el Premio de Pintura “María Calderón de la Barca”. Alumna de Enio Iommi, Jorge Demirjian y Luis Felipe Noé, sostiene que “el arte siempre fue un lugar de transformación y de sanidad, un lugar de paz, de belleza y de sentido”. Todo lo cual parece alcanzar más que nunca en su producción una dimensión trascendental. Y entonces volvemos a mirar la instalación de arañas con lágrimas negras y creemos sentir que ha empezado a reabsorberlas para convertirlas nuevamente en dorada luz.
Por Laura Casanovas