Agosto, 2018
El beso dorado del bosque, propuesta de Carolina Antoniadis para Calvaresi, es una obra ambiental profusa y exuberante, distante de los entornos net a los cuales nos habituó la contemporaneidad.
Carolina, en su trabajo artístico crea mundos a través de una iconografía propia que plasma a través del dibujo y la pintura ligada a reminiscencias de momentos de la historia del arte, en especial, del fin del siglo XIX y comienzos del XX. El clima Belle époque, décadas 1870-1910 en Europa, se extendió hacia estas latitudes del Río de la Plata. Ciudades como Buenos Aires, Rosario y Montevideo recibían el influjo de aquella atmósfera en arquitectura, arte, decoración y vestimenta.
La artista fue atraída por aquella herencia de imágenes y relatos familiares de su ciudad natal en el borde del río Paraná. Su imaginario se conecta con el espíritu de ese período, con el Art nouveau y el Art Decó, y con una figura emblemática como el austríaco Gustav Klimt y su eterno femenino, entre otros creadores de la época.
Las pinturas y dibujos derraman su clima interior en una historia o fábula visual contenida en la sala de la galería. Un mural muestra una cacería entre animales -una pantera negra atrapa por asalto a un cervatillo desde su parte trasera-, y una exuberante Imperio, instalación de arañas, cuelga en el centro de la sala. De ella penden, además, translucidas lágrimas negras. Necesaria oposición entre la fuerza primaria y el sofisticado barroquismo.
Como una canción de fondo, que se repite imaginariamente en eco, el poema Cabeza de fauno de Arthur Rimbaud da el tono poético a toda la muestra y la recorre enlazando todas sus partes, y unas palabras de su última estrofa se transforman en el título de la exposición: ‘el beso dorado del bosque’.
Dos exuberantes pinturas, ‘exquisitos bordados’, tal las palabras del poeta, fondo azul una, y otra verde como el follaje del poema, exhiben el encantado bosque por donde pasea el entusiasmado fauno, ese semidiós de campos y selvas, casi sin hacerse notar en la fugacidad de su paso. Aún, inmerso en el verde follaje transitado, él ha mordido la flor roja en embriaguez.
Sin embargo, un grado de crueldad se opone a tanta belleza. Brillo y luz se desencadenan del cielo raso. El fauno muerde la bella flor y la pantera encierra con sus garras al gracil ciervo. A toda luz le corresponde una sombra, que se halla también en las lágrimas negras que penden del conjunto de la gran araña. La luz llora oscuridad. Y, la risa del fauno es lujuria y también gracia.
Si se regresa al frescor de las flores y al bosque transitados por el fauno y al titilar del ruiseñor inapresable, el primero no vence la tentación de morder las flores, para poseer su encanto, y atreverse en el dinamismo y levedad de la escena a fundirse con el bosque, santuario en estado natural. Ese acercamientos amoroso, ese beso, hacia la prodiga vegetación no es otro que abrazar el revés de la conciencia, simbolizado en la osadía de entrar en la densidad del follaje. El resultado de esa proximidad, ese ‘beso dorado del bosque’, según la alquimia, puede convertirse en transformación espiritual. Silenciosos y esplendentes en la sala los dibujos en oro, símbolo del conocimiento y la transmutación alquímica, son el anuncio poético de un nuevo amanecer.
Por Mercedes Casanegra